Prueba: Opel Speedster, exotismo alemán con ADN británico

Prueba: Opel Speedster, exotismo alemán con ADN británico

30 marzo, 2016 Desactivado Por Miguel Lorente

Una producción restringida de ciertas piezas automovilísticas hace que ofrecer una prueba del Opel Speedster sea tanto o más difícil toparse con él que con un cavallino salido de la factoría de Maranello. La mayoría de los mortales jamás verá uno o se dará cuenta de haberse cruzado con uno ya que es posible contar con los dedos de una mano cuántas veces se ha visto uno en carretera o por las calles porque es un coche extraordinariamente complicado de ver.

Esto es así ya que del pequeño biplaza solo se destinaron cien unidades al mercado español, de hecho la que presentamos no es una de ella sino que viene de Alemania.

Opel Speedster: por fuera y por dentro

Exteriormente, antes de empezar la prueba del Opel Speedster, me paro a observarlo con detenimiento, es extraño. Peculiar, combina líneas curvas con más o menos rectas, tiene cara de alien sonriente y culo de sapo aplastado pero es indiscutible que tiene un encanto peculiar. Es tan raro que lo hace atractivo. Sobre todo contemplado desde atrás gana muchísimo, es brutísimo. Va tan pegado al suelo que no parece ni un coche de calle.

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Pero como en muchos de los coches que nos emocionan, lo de menos es lo de fuera, aunque, también cuenta para el veredicto final de la prueba del Opel Speedster.

El habitáculo podría sorprender a quien no esté habituado a ver los de coches orientados a días de tandas o domingos de tramos, y sobre todo espantará a quien piense que, por lo que costaba este biplaza al sacarlos del concesionario, unos 6.000.000 de pesetas o unos 36.000 euros (depende de si se comprase antes o después de la entrada de la moneda común) porque trae poco más que el volante y los pedales pero es lo que a muchos nos gusta: eliminar lo superfluo y quedarnos con lo imprescindible.

Empezando por el salpicadero, cuenta con un pequeño cuadro con el cuentarrevoluciones y el velocímetro y una pantalla correspondiente al ordenador de a bordo. Lo primero que llama la atención al sentarse en el puesto de conducción (yo lo llamaría desde ya, de pilotaje porque este coche no se conduce) es el tamaño del volante cuyo diámetro recuerda al de las videoconsolas o mejor aún, al de un kart y por algo es.

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Volviendo al interior, poco más que el cuadro, la radio, los espartanos mandos de la calefacción que no aire acondicionado y una placa identificativa de la singularidad, no solo de la rareza de una prueba del Opel Speedster sino del coche en sí. Los asientos tipo baquet, la palanca de cambio y freno de mano, reposapiés a un lado y pedales al otro. Ya. No hay más, bueno sí: el tirador para abrir la puerta y la manivela para subir y bajar los cristales de las ventanillas.

Posición del conductor y pasajero

Una de las primeras cosas que percibo en antes de entrar y dar por iniciada la prueba del Opel Speedster es que este coche no es para todo el mundo por la sencilla razón de que entrar y salir es un digno ejercicio gimnástico.

Para acceder a él debes seguir una rutina: introducir el pie derecho estirando casi por completo la pierna e intentar no escurrirte con la alfombrilla que, según su dueño, sufre un mal endémico en este modelo que es que se despega, e intentar apoyar el peso de tu cuerpo agarrándote a cualquier punto que no sea de fibra ya que se podría romper por lo que te queda o poner las manos como si jugaras al analógico «Twister».

La operación de entrada al habitáculo por el lado del acompañante es algo más sencilla o no, depende si te sujetas en el volante mientras entras como conductor, ya que al no tener ni los pedales ni el mencionado volante tienes más espacio, quizás sí que sea más fácil salir por aquí por este mismo motivo pero, igualmente, nadie te quita de tener que sacar la pierna del lado por el que realizas la maniobra de salida, ayudándote de los brazos para poder elevarla por encima del marco inferior de la puerta cual grúa-pluma de construcción y entonces llega la duda «¿y ahora cómo salgo?». Pues como casi todo el mundo en este coche: pidiendo ayuda a quien esté fuera o deslizándote por el asiento, después por el chasis sin apoyarte en la fibra y cuando sientes que tienes el 51 % de tu peso apoyado en el suelo, haces el enorme esfuerzo de tirar del 49 restante y salir como puedas.

Prueba del Opel Speedster, en movimiento

Al borde de arrancar con la prueba del Opel Speedster, una vez me siento en el asiento del conductor, siento que este no es un coche más, te ves absorbido por los asientos, caes aplomado hasta el fondo de la banqueta y te integras. En un movimiento longitudinal sobre las guías del tuyo, ajustas la distancia hasta los pedales y el volante. Orientas los espejos, te abrochas el cinturón y entonces estás listo para pulsar el rudimentario botón blanco que sirve como interruptor de la diversión ya que arranca mediante pulsador.

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El sonido en parado es bronco, también es cierto que no monta el escape original, pero el bramido que emite el motor de 2,2 litros atmosférico (147 CV) enfundando con este terminal recuerda mucho al sonido de coches peleón. En movimiento tiene una correlación muy lógica con su comportamiento deportivo.

Observando por el retrovisor que tenemos vía libre, salimos a carretera y, por fin empezamos la prueba del Opel Speedster, entonces llega la primera sensación: este coche es tosco. El pedal del acelerador el pesado, el embrague y la palanca de cambios ruda y la dirección opone resistencia. Todo tiene un porque.

Dar gas ha de ser una acción medida, un exceso de presión puede provocar que el tren trasero, donde recae el trabajo del motor, pierda adherencia y hagamos unos bonitos rayones negros en el asfalto fruto de nuestra cruzada.

El embrague necesita la misma precisión que el cambio de marchas, no acepta medias tintas y necesita un significativo aporte energético (o pisotón con decisión) para engranar la velocidad. Me reitero en la percepción al inicio de la prueba del Opel Speedster: es tosco, rígido y cuesta trabajo más si no se sienta uno a la distancia justa por lo que más vale simular un par de cambios en parado antes echar a andar pero ése es otro problema: el encontrar la equidistancia precisa entre cuerpo y máquina.

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En curvas de 180º la relación entre el agarre de las ruedas, el trabajo del motor y lo a fondo que se lleve el acelerador pisado es vital ya que con un equilibrio perfecto, el empuje del eje trasero hace que te pegues a la calzada con una seguridad aplomadora, por el contrario, llevarlo a una velocidad baja sería equivalente a notar como el coche muere de aburrimiento y por encima de lo ideal, una cruzada posterior casi asegurada que, en caso de ser buscado, requerirá de otro aporte de pie derecho para corregir el sobreviraje y volver a la trazada.

Cuando la carretera parece haber sido diseñada por alguien con una servilleta de un tugurio de carretera, un rotulador en una mano y una botella del peor whisky en la otra,  mi opinión sobre el Opel Speedster es que una delicia. Con la premisa continua de ser un coche opuesto a delicado, ir deslizándote entre curvas rápidas resulta adictivo. Es entonces cuando entiendes el porqué, aún con las dificultades, incomodidades y nula practicidad de este coche más allá de ser un deportivo, puede ser el coche de diario de su dueño, lo es porque es muy divertido.

No sé si habéis visto alguna vez a un piloto de rallyes explicando el comportamiento del coche en el tramo o bien la trazada del mismo del mismo en acción: usa las manos. Palma abajo, mano estirada y empieza a balancearla sincronizándola con el movimiento de su codo y hombro para que quien le escucha entienda totalmente lo que su cabeza trata de expresar a alguien que no ha vivido ese viaje. Pues así estoy yo, sentado frente al ordenador tratando de reflejar con palabras cómo se puede explicar lo rápido y desenfrenado que fue cierta parte del recorrido que usamos para sacarle el jugo a este biplaza.

Son increíbles las sensaciones que me aporta la prueba del Opel Speedster: se vuelve tan liviano entre curvas rápidas que parece que se desliza entre en aire. Zas, zas. Zas, zas. El volante sigue siendo exigente porque no pone nada de su parte pero quizás es ese comportamiento tipo kart lo que lo hace un vehículo alejado de lo ordinario y a la vez tan divertido. Es puro disfrute en zonas anguladas.

¿Merece la pena un Opel Speedster de segunda mano?

Por eso este cochees tan especial: hace que lo tosco se vuelva romántico. Que lo pesado se vuelva adherente. Que lo feo se vuelva atractivo. Que un vehículo raro se vuelva un deportivo muy apetecible. Por eso pensar en comprar un Opel Speedster puede ser una locura, un acto de fe, pero también todo un acierto.

Pero, si lo que estás buscando un descapotable menos rudo y más práctico no te pierdas la prueba del Toyota MR2 que también tienes como artículo exclusivo, solo en Divex Motor.

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