Prueba: Toyota MR2, un exótico incomprendido

Prueba: Toyota MR2, un exótico incomprendido

12 noviembre, 2017 Desactivado Por Miguel Lorente

Nos subimos a bordo y ponemos a prueba un Toyota MR2 de 2002, un ejemplar cuidado y mimado que apunta a convertirse en un clásico moderno y con argumentos para hacerlo.

No sé cuántos medios pueden presumir de tener un test de un Toyota MR2. Hace tiempo ya me dijeron que «en Divex Motor puedes encontrar un unicornio» en relación con el test del Opel Speedster. Poco después publiqué un exhaustivo análisis de otro icono, mito japonés, descapotable y hecho para amantes de la conducción como es el test del Mazda MX-5. Y ahora viene el tercer miembro de esta «sagrada trinidad».

Sí, he sido poco original tomando el título de un capítulo de Top Gear Grand Tour pero esto no deja de ser un hito para una página personal como es Divex Motor: localizar, conducir y escribir mis impresiones sobre tres coches tan distintos pero tan similares…

La clave del éxito del Toyota MR2

Lo primero que quiero hacer es poner en antecedentes y es que he tenido la suerte de hacer la prueba al Toyota MR2 en tres fases muy diferentes y distanciadas en el tiempo, lo cual me ha permitido dejar macerar en mi cabeza su sabor, olor e imagen.

El Toyota MR2 MK3, la última generación. Una unidad de finales de 2002 con unos 125.000 km y querida como esa mascota a la que sacas a pasear una y otra fría noche de invierno mientras cae aguanieve y piensas «por qué, por qué dije que sí…»

Este vehículo además tiene el kit TTE, o lo que es lo mismo, incorpora un paquete exclusivo que incluía el alerón, la barra antivuelco, el escape y, lo más importante, una suspensión diferente a la original.

El motor usado es del bloque 1.8 y 143 caballos y va tras de las dos únicas plazas, en posición central, pero detrás lo cual provoca oírle en todo momento, importante cuando lo que te importa es sincronizar tu conducción con el rendimiento de esta máquina para sacar lo mejor de ambos.

El trabajo del coche va dirigido al eje trasero lo cual le confiere un gran aplomo en zonas de curvas y de empuje cuesta arriba que es donde mejor se disfruta este biplaza.

Volviendo a las especificaciones, por su tamaño y peso (menos de 1.000 kg según su ficha), durante esta prueba, el Toyota MR2 me ha recordado desde el primer momento a los «ratoncillos» del segmento B que tanto me gusta pero descapotado, más compacto y más burgués pero, a la vez, tan divertido, juguetón, excitante como los pequeños matones pero noble como para poder llevarlo desde el primer momento al punto álgido de la satisfacción al volante.

Al volante de un Toyota MR2 Mk3

En una primera toma de contacto, sin pretensión de acabar siendo una prueba al Toyota MR2, según me senté me pareció tosco, rudo, poco refinado, incluso el cuero, el salpicadero y el habitáculo en sí me parecieron no concordar con ese descapotable que podría ir dirigido a un comprador joven, al que le gusta lucir su flequillo y poner su frente morena al sacarlo los domingos de paseo. Qué alejada primera impresión de la final.

Según empecé a moverme en él se me «revolvieron» los prejuicios y empecé a reorganizar mi idea del Toyota MR2. Este coche promete, es duro de embrague, los pedales están muy próximos, gira rápido y bien y tira, sobre todo, tira.

Por eso le pedí a su dueño una segunda oportunidad, quería resetear mis impresiones y la tuve. Me dieron sus llaves y volví a hacer la sincronización con mi nuevo amigo. Entonces me reconfirmó mi primera impresión: este coche es un juguete.

Durante la prueba al Toyota MR2, gracias su tamaño y ligereza, te hace sentir como un tiro. Te deja hacer lo que quieras con él, tanto a lo bruto como a lo delicado, si aceleras, responde y cuando te pasas, frena a tiempo (si no has perdido antes la partida con la carretera, claro). Trasmite. Te cuenta lo que siente sobre el pavimento, te dice lo que has hecho bien y lo que has hecho mal. Hay coches más comunicativos, pero con lo que te hace saber es suficiente. Claro que si lo haces mal te pone(s) en un compromiso pero no yendo por encima del límite no habrá peligro.

Tira, da igual lo que hayas leído en otros medios que han hecho su prueba del Toyota MR2, tira. Tira hasta casi las 7.000 revoluciones y es entonces cuando su motor VVT-i de distribución variable te pide una mas (ojo, que también te deja meter una menos en marcha cuando la segunda cae, importante en horquillas o curvas muy cerradas en subida) y, sinceramente, me sentí muy cómodo llevándolo un buen rato entre pinares de la sierra madrileña y abulense en una 3ª marcha.

Pero es que la distancia del volante a la palanca de cambios (un palmo literalmente de mi mano, y uso guantes de talla S-M…) es estupenda para jugar y efectuar con rapidez los cambios de marcha a la vez que se coge y se suelta el volante aunque es fácil llevar el coche con una sola en él y la otra en la palanca porque la dureza de la dirección no resulta pesada para necesitar las dos ya que es equilibrada: ni dura ni flotante.

Volviendo a las marchas, son incisivas, punzantes, zas-zas-zas y cuarta. O zas-zas, segunda. Movimientos cortos, abruptos, precisos ayudan a cambiar de velocidades que, lógicamente, van a la par que el régimen del motor, algo sonoro tras un rato de conducción pero que no llega a pedir una insonorización, solo un descanso que se logra relajando el ritmo de quien lo maneja.

La dirección parece no necesitar más que poco más de un cuarto para ir donde orientes el volante, no es neutral porque tiene tendencia a sobrevirar, pero cuando le pillas el punto entiendes que necesitas adapatarte al coche para ir donde le orientes.

Y es que sin una buena suspensión la dirección quedaría coja, y, recorriendo la carretera M-531 y sus cada día más parches y baches, el coche lo traga todo sin rechistar y, lo más importante, eficazmente. En algunos momentos me dio la sensación de ir en una planeadora (como si alguna vez hubiera montado en una…) pero al «caer de nuevo sobre el agua» el coche volvía a agarrarse al asfato. El muy lógico tamaño de ruedas, hace que el coche amortigüe con la suspensión y también absorban los neumáticos (de 15 pulgadas, 195 delante y 205 detrás) pero sin comprometer ni la siguiente curva ni la seguridad del perder el rumbo.

Toyota MR2: la conclusión

Si bien el Opel Speedster que conduje lo recuerdo como un kart matriculado, el Mazda MX-5 me supuso una decepción, un coche descafeinado. La opción intermedia en este caso gana, puesto que, entre la radicalidad del primero y la falta de sal del segundo, las sensaciones que me transmitió durante toda la prueba el Toyota MR2, la diversión al volante y las mariposillas en el estómago que te deja una vez que te bajas (con una dificultad contorsionista similar a la del Speedster), le aúpan como el más equilibrado de los tres.

Si quieres mi sincera opinión, el Toyota MR2 sería mi primera opción entre la ‘triada’ que citaba al inicio. Entonces, si el motivo por el que has llegado a este artículo es porque te estás planteando comprar un Toyota MR2 de segunda mano, estarás en todo un acierto.

No te arrepentirás ni un solo instante a menos que busques algo aún más potente y extremo como es el Nissan 370Z Nismo o más actual como el Alpine A110, dos coches que también hemos conducido en Divex Motor.

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