La enfermedad del Petrolhead

La enfermedad del Petrolhead

20 febrero, 2021 Desactivado Por Ruben Amancio

Definición de Petrolhead: dícese de la persona que padece el trastorno de amar a los coches hasta el punto de que son casi lo único que tiene dicha persona en la cabeza, y que, además, gusta de practicar la conducción como vía de escape de los problemas y de la realidad.

Esta forma tan curiosa de comenzar esta entrada no ha sido elegida por mí de una forma azarosa, sino que viene a colación de lo que voy a contar: cómo mi síndrome del Petrolhead me afecta en la toma de determinadas decisiones con respecto a los coches.

Soy un petrolhead

Los que no conocíais mi faceta bloguera en otras webs de marcado tinte Petrolhead, quizá no conozcáis mi habitual medio de transporte desde febrero de 2016: un BMW E91 335xi. Un coche atípico, pues quien compra un 335i lo hace en formato coupé o cabrio principalmente, o incluso berlina como máximo; pero muy pocos somos los que lo compramos en formato familiar, con sus 5 puertas y aspecto de coche de padre de familia.

Lo que cualquiera en su sano juicio habría hecho en mi lugar, si es que te gusta BMW y “necesitas” un coche familiar para tus trayectos diarios y un todo-uso, es comprar un 320d, coche que ya entregaba 177 cv (183 al final de su vida comercial), más que suficientes para un coche de diario. O en el caso de que no te guste el diésel, habría optado por un 320i.

Primera fase: el cortejo.

Sin embargo, un servidor, aquejado por su síndrome del Petrolhead, optó por buscar un 325i o un 330i, más que suficientes para el uso diario y para darse alguna alegría el fin de semana. Pero en ese momento el 335i salvaje hizo su aparición, el flechazo fue instantáneo y mi vena Petrolhead hizo que mirase para otro lado cuando escuché voces que hablaban de la problemática que acarreaba el motor que estaba a punto de adquirir, cegado quizá por los cantos de sirena de tener un coche con más de 300 cv, con un sonido similar a la 5ª sinfonía de Beethoven y proporciones más que aceptables para ser un familiar, y que además aúna la cualidad de pasar desapercibido entre los que no sufren nuestra enfermedad. A priori era ideal para mí.

Segunda fase: problemas en el paraíso.

Apenas un año más tarde de haberlo “estrenado” ya me mostró que las voces que habían llegado a mis oídos acerca de que el motor era un tanto delicado tenían razón: se averió un inyector. Al verano siguiente, otro inyector quiso ser protagonista durante las vacaciones, y decidió averiarse en una visita a Astorga, lo que me obligó a dar por finalizado el periplo estival y volver a casa él subido en una grúa y yo en un Hyundai i30 de alquiler cedido por mi compañía de seguros.

Posteriormente a la reparación de dicho inyector que había caído en acto de servicio “gracias” a la junta de la tapa de balancines que lo había encharcado en aceite (verano de 2018, recordemos), me dio una tregua durante la cual el coche iba más fino que al principio, congraciándome con él y esperando haber pasado lo peor.

Craso error. Murphy, simpático hombrecillo que al parecer no tenía otra ocupación más que enumerar sus famosas leyes, dice que, si algo puede salir mal, saldrá peor. Hace poco más de una semana me volví a quedar tirado en la autopista, y por las escasas y poco halagüeñas noticas que me han llegado desde el taller, creo que pueden significar el fin de nuestra relación.

Tercera fase: el fin de la relación.

Sí, has leído bien, el fin de nuestra relación. Porque llega un día en el que te llevas una bofetada de realidad, donde te das cuenta de que ese coche que te parecía tan genial para usarlo como daily se lleva una buena parte de tu sueldo mes a mes, y que una avería suya puede dejarte comiendo sopa de sobre durante meses. Ya lo decía un antiguo conocido: coche Premium, avería Premium.

Aquí es cuando te encuentras ante la difícil decisión de si reparar el coche cueste lo que cueste y seguir tirando con él, o hacer caso a esa vocecilla interior que tantas otras veces has conseguido acallar, pero que ahora te dice que quizá sea el momento de pasar página, de que, aunque lo repares, tal vez lo más inteligente sea dar un paso a un lado y terminar con una relación tóxica cuyo fin puede ser terminar con tu economía de una forma drástica.

Cuarta fase: búsqueda de un nuevo amor.

¿Y qué haría en mi lugar alguien que no tiene el síndrome del Petrolhead? Pues comprar un coche lo más barato posible, un coche lógico, fiable, que te lleve del punto A al punto B y que transmita menos emociones que ver una carrera de la actual Fórmula 1. Pero, ay, amigos, un servidor sufre un trastorno que le impide hacer una compra lógica de este calado, y se lanza día tras día en pos de encontrar el nuevo daily capaz de sacarle una sonrisa cada vez que quiera ir a la Sierra (¿que qué Sierra? Pues LA SIERRA, un madrileño no necesita más descripciones al respecto) y que a su vez sirva para ir de viaje atravesando el país de un lado a otro con todo el equipaje a cuestas.

De modo que si tú, avezado lector, me vas a aconsejar que me compre un Dacia Sandero (con todos los respetos hacia este coche en concreto), huelga decir que rehusaré tu sugerencia y que seguiré buscando esos coches que transmitan pasión al conducirlos, aunque no sean la compra lógica ni lo que la mayoría de la gente en mi lugar buscaría en un coche. Porque además del trastorno Petrolhead, nosotros también estamos influenciados por las Man Maths: «matemáticas masculinas», las que hacen que algo absolutamente imposible de costear resulte asequible de alguna manera que sólo tú en tu cabeza logras comprender.

De modo que al tiempo que escribo estas líneas aún no sé a ciencia cierta cuál es la avería del coche y desconozco su cuantía (aunque el momento de lucidez en el que me encuentro ahora me hace ponerme en lo peor), me hallo buceando en las páginas de compra-venta, buscando un sustituto más que digno para mi 335 y que, a la vez, no me deje la cuenta llena de telarañas cada vez que tenga que hacerle una visita al taller. Prometo entrada para presentar lo que me compre, o lo que decida hacer al final.

Postdata: estas líneas las escribí hace ya un tiempo, pero no terminé de dar forma a esta entrada. A día de hoy ya tengo sustituto que ya está debidamente presentado en su correspondiente artículo.

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