Historias, curiosidades y anécdotas que he vivido probando coches

Historias, curiosidades y anécdotas que he vivido probando coches

6 diciembre, 2023 Desactivado Por Miguel Lorente

¿Te has planteado alguna vez ser probador de coches o cómo es la vida de un periodista del motor? Te cuento algunas anécdotas que me han pasado y que no se suelen contar fuera del entorno

Como puedes leer en mi biografía, soy Miguel Lorente y desde 2011 llevo escribiendo de coches y poco después, probándolos.

Entre los incontables automóviles que he tenido, siempre, la suerte y el placer (bueno, algunos, el horror) de conducir, me han pasado unas cuantas cosas curiosas. Las que más, las siguientes.

El del alerón

Es 2018, estoy trabajando en Top Gear y mi estimado jefe, Luis Guisado, me encarga y confía una prueba a la que debía estar a la altura: debía probar el nuevo Subaru WRX STI, la actualización de la versión de 2015 que yo ya había probado en el medio en el que anteriormente había escrito.

Así, me encargo de la recogida en el punto habitual, tanto que el responsable de la marca me conoce y sabe que yo también soy propietario de un Subaru Impreza WRX STI de 2011 y hablamos de esto.

Sin más, me vuelvo a casa con «mi» espectacular Subaru rojo. Lo llevo, lo traigo, hago mis movimientos y, el sábado por la mañana, decido darme una vuelta, como debe ser, con él.

Satisfecho por la ruta, aparco en la plaza de mi garaje, abro el maletero para sacar todos los bártulos que llevaba y… clonck. El maletero no cierra. «Será algo que bloquea el cierre». Levanto, compruebo, bajo y «clonk» un ruido seco me dice que algo va mal.

Entro al habitáculo y abro el maletero, ahora manualmente, tirando del tirador que debería soltar el gancho que desbloqueara lo que estaba bloqueado. Nada. Clonk, clonk, clonk… y más clonk

No me queda otra, el maletero no cierra. Toca llamar a mi apreciado Íñigo Trasmonte, entonces Jefe de Prensa de Subaru, el cual me dice que es extrañísimo, que soy el primero al que le pasa y que no me vuelva loco, que lo deje así y que el lunes, a primera hora, lo lleve al servicio oficial donde gestionan su mantenimiento.

Bien pegadito a la pared y con algo de peso en el portón del maletero para que no quedara demasiado visible su apertura, decido quitarle la batería para que no se la chupara la luz de cortesía y rezar porque el lunes pueda llevarlo, con algo de cinta adhesiva, hasta el concesionario sin problemas, como así fue.

Trata de cerrarlo, por Dios, ¡TRATA DE CERRARLO!

Es habitual escudriñar cada rincón de cada coche que uno prueba, sobre todo se se trata de un Jaguar y más si ese vehículo supera los 100.000 euros de precio del F-Pace que tuvimos a principios de este año 2023.

Prueba del Jaguar F-Pace

Al margen de que si merece o no la pena pagar esa cantidad por ese coche, la anécdota empieza en un parking de un hipermercado. Auspiciado por una estupenda iluminación, decido hacer unas fotos y echar un ojo al propulsor del coche.

Abro el capó, echo un ojo, veo que son todo capas y cubiertas de plástico y decido cerrar… pero no. El capó no encaja. Abro, trato de cerrar, miro el tirador, los muelles… y el capó que no cierra.

Vuelvo a intentarlo de mil formas y decido jugármela: a plomo. Tampoco. Envido, llega el momento de la verdad y, cual maniobra de renanimación cardiopulmonar, le meto un buen empujón al lado rebelde. No hay forma.

Decido, entonces, irme de allí. Salir al aire libre como si eso sirviera de algo… lógicamente, seguimos en las mismas. Dado que estoy a poco más de 2 km de casa, decido ir al garaje. A todo esto, en la pantalla del cuadro de instrumentación salta el aviso que me alerta de la situación y, como aviso grave, no me deja quitarlo de la misma.

Llego a mi garaje, comunitario, vuelvo a intentarlo de nuevo, por si acaso alguna pieza se había quedado bloqueada y, circulando, se hubiera recolocado. Tampoco.

Desahuciado, decido irme a casa. Pulso el botón del cierre y el coche pita, pero no de la alarma, si no el claxon que hace un pitido discontinuo y se encienden todas las luces de emergencia. El coche no se cierra. Con el capó sin cerrar, no bloquea la cerradura.

¿Y ahora qué? Es sábado, la gente del departamento de prensa de Jaguar, como es de esperar por ser fin de semana, no tienen el teléfono conectado. Solo me queda llamar al servicio de ayuda en carretera del fabricante.

El operador, al cual le agradecí y le sigo agradeciendo enormemente su ayuda, porque fue, a la vez de amable, empático y asertivo, hizo todo lo habido y por haber por encontrar una solución con la que ni él ni yo dimos. Finalmente, me dijo «no queda otra, déjelo abierto y váyase a casa y llévelo cuanto antes (lunes) a un servicio oficial«.

Con un mal cuerpo increíble, pensando que debía dejar alrededor de 48 horas un Jaguar de 100.000 euros desbloqueado, me lie la manta a la cabeza y asesté, literalmente, el que debería ser el golpe definitivo. Sin remilgos, levanté el capó y volví a soltarlo a plomo (poco peso por ser de material ligero, la verdad) pero cuadró.

Como es de esperar, ni se me pasó por la cabeza volver a abrirlo.

2×1

El episodio anterior empezaba un sábado y la devolución del vehículo estaba, y ahora más que nunca, establecida para el lunes. A la vez, debía recoger ese mismo lunes un Suzuki Vitara.

El plan era recoger con el Jaguar el Suzuki, sacarlo del edificio de la marca, dejarlo cerca de una estación de Metro y volver a tomar el Jaguar para llevarlo a Madrid y, desde la sede de la marca, volver en Metro a recoger el Suzuki. Movidas propias de los devenires de los probadores de coches de Divex Motor.

Así hice, me dirigí a recoger el Vitara y lo aparqué en una calle poco transitada y con baja iluminación, pero muy bien situada respecto de la boca del Metro.

A la vuelta de la devolución del Jaguar, que da para otra anécdota ya que tardé, literalmente 45 minutos en encontrar la entrada al parking de la torre donde están las oficinas (y te preguntarás si habiendo recogido el coche, cómo no sabía entrar, fácil: no se entra por donde se sale, de hecho, ni siquiera se accede por la misma calle donde tiene la salida), cerca de las 21.00 de una fría noche, me encamino al Vitara, pulso el mando de apertura y… no hay respuesta. Raro, raro.

Saco la llave, la introduzco en la cerradura y solo suena una, abro la puerta, la luz de cortesía no enciende y el reloj, analógico, que preside el salpicadero, da vueltas sin ton ni son e, incluso, retrocede en un extraño y demoníaco baile.

Giro la llave de arranque y nada. El Suzuki Vitara está muerto. ¿Es una broma? ¿Dejo un Jaguar que no me dejaba bloquearlo porque no se cerraba el capó para coger un Suzuki que ha muerto nada más recibirlo?

Paso de historias y decido llamar, sin más, a la asistencia de la marca, desde donde se me informa que dan aviso para que un vehículo de rescate intervenga…

Son casi las 22.00 horas y estoy solo en un coche aparcado en una calle poco iluminada y menos transitada, esperando a que vengan a hacerle un RCP al coche. Por suerte, la batería se había ido, pero un chute de electricidad a partir de un «desfibrilador» le había vuelto a la vida. Hora de volver a casa.

La historia más surrealista

Pero si estas anécdotas no te han parecido lo suficientemente rocambolescas, espérate a la guinda. Te pongo en antecedente: junio de 2019, recojo y disfruto de un Porsche 911 Carrera 4, un ejemplar en un rojo precioso y llamativo, que llevo a mi barrio. La noticia «se» difunde entre mis amigos, conocidos, parientes… y muchos aparecen a verlo.

El momento álgido llega cuando, estacionado con todas las de la ley a la desembocadura de una calle de dos carriles por sentido y bulevar en medio que da a una glorieta, vemos pasar un coche patrulla de policía municipal que vemos que se aleja… hasta que, rotonda completa, entra en sentido contrario y bloquea la calle en diagonal, cerrando el paso del Porsche.

Yo, que me encontraba en la acera despidiendo a mi cuñado y mis sobrinos, vemos entrar de esa forma el coche policial del que baja de manera demasiado abrupta el ocupante del lado del copiloto y me exige, sin más, la documentación.

Le explico que es un coche de prensa y que, por lo tanto no soy el dueño… a lo que el agente me espeta «Me da igual… ¿No huele «eso»?» Mi cara debió ser un poema.

Efectivamente, pero no, hasta ese momento yo me hallaba embriagado de otro aroma, el de la felicidad por haber cumplido un sueño, el de disfrutar de un Porsche 911, y no había sido consciente de aquel pestuzo a marihuana nos rodeaba.

Aparece el segundo agente que se encamina hacia a mí y, cuando estaba a escasos 3 metros le dice al compañero «viene de ahí» señalando una de las viviendas frente a las que habíamos aparcado.

El que me exigía la documentación me la suelta de forma abrupta y salen, como verdaderos sabuesos, en dirección a una de las ventanas de la que procedía el olor.

Sin más ni más, se dan media vuelta, se vuelven al coche, lo enfilan calle abajo y, tal cual llegaron, se fueron y yo con el susto en el cuerpo y una anécdota que contar, por ejemplo, a ti, lector.

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