La experiencia de cumplir un sueño, de conducir un Porsche 911

La experiencia de cumplir un sueño, de conducir un Porsche 911

24 junio, 2021 Desactivado Por Miguel Lorente

En mi vida he podido ponerme al volante de un Ferrari 360 Spider, probar un Lamborghini Gallardo Spyder y, incluso, disfrutar de un delicioso Jaguar F-Type 400 o del brutal Audi R8 Spyder que jamás podré admitir que conduje… ups. Pero en este caso hablaré de la más inolvidable de todas las experiencias que he podido vivir al volante de un supercoche como fue la de conducir un Porsche, conducir un 911, fue diferente.

Este artículo no está en la sección de pruebas por una razón sencilla: en él no encontrarás una pormenorizada ni desmesurada prueba de un Porsche 911, no, este texto está en la sección de opinión ya que quiero contar cómo me sentí conduciendo un «nueve once» y, aunque parezca lo mismo, no lo es.

Quiero mostrar el lado más pasional de disfrutar de un coche así, contar con pelos (de punta) y señales (incluso, divinas) cómo fue mi primera vez con un Porsche 911.

El día llegó, el día que conduje un 911 por primera vez

Todo empezó una mañana cuando me encomendaron la tarea. Cerca de un mes antes de que sucediera. El programa era sencillo: yo debería encargarme a finales de junio de recoger, custodiar y probar un Porsche 911 4S durante algo menos de 24 horas. Y el día llegó.

El punto de recogida era el Centro Porsche Madrid Norte, aquellas empoderadas instalaciones que ya conocía del día que me hube decidido a comprar un Porsche 911 GT3… a escala 1/43. Y no, no es broma. Mi única y experiencia previa allí fue como también aficionado a las miniaturas y opté por comprar desde el catálogo de la marca la de un 997 GT3.

Sea como fuere, hasta la puerta y barrera de control y de acceso llegué. Recuerdo que, incluso, para aquel flamante día primaveral me había puesto «elegante», para como yo soy: polo negro y pantalones chinos con unas bambas color crema a juego con el color del propio pantalón. La ocasión lo requería.

En la caseta de seguridad me dieron el ok de entrada y allí estaba yo, frente a un edificio que alberga sueños y junto a una colección de ellos. Blancos, negros, azules, rojos… Panamera, Cayman, Cayenne… pero ante todo «nueve once».

Llegó el momento y me trajeron las llaves, la matrícula anunciaba su nomenclatura pero yo ya había pedido a los dioses que fuera uno de los allí presentes: el 911 4S rojo que destacaba como ninguno. Y así fue.

Desde la distancia, pulsé el botón del mando para confirmar que la llave correspondía a aquel coche que me esperaba, al Porsche al que me iba a subir, al 911 que iba a conducir. Y el guiño de sus ojos luminiscentes sucedió.

A bordo de un Porsche 911

Cómo olvidar la primera vez que uno pone su culo en un nueve once. La primera sensación que recuerdo es la de un espacio angosto. Su cabina, recubierta de cuero hasta donde ya lo había, era una mezcla de deportividad máxima y lujo sin excentricidades. Una demostración de lo que es un coche deportivo y caro.

Enclavarse en el asiento me llevó varios minutos y no por la dificultad de hacerlo sino por el hecho de saberme en un Porsche, de saber que lo bueno estaba por llegar, de que iba a conducir un 911 y que aquello no iba a ser un mero contacto.

Sentarse frente al volante, acariciarlo, ubicarse en el espacio más que en el tiempo, porque recuerdo que aquellos minutos pasaron despacio. Forcé disfrutar y memorizar mi primera vez para poder recordarlo para siempre, y funcionó.

Retomando, sentirse frente al volante, confrontarse a su logotipo, al cuadro de instrumentación y dejar que el cuerpo se fundiera con el asiento, con el entorno fue una experiencia metafísica. Y no es broma. Uno se da cuenta de que la realidad es una ficción. De que cada uno hace de su realidad una verdad y sentirme dentro de un Porsche 911 fue una de las experiencias más increíbles e inolvidables de la mía.

Como arrancar su motor. Reconozco que tuve miedo escénico, a que el coche diera un tirón, a que se me calara, a que me fuera hacia delante en vez de salir marcha atrás… inseguridades propias de la responsabilidad de llevar una máquina que cuesta más que lo que costó mi casa.

A fuer de ganar calma y saberme capacitado para salir de allí, seleccioné la R y realicé la maniobra de desaparcamiento.

En marcha en un nueve once

Por la ubicación del concesionario, junto a otras marcas que conozco, la ruta era clara, había realizado el trayecto varias veces, me llevaría poco más de 20 minutos, aunque con un coche así, a uno le asaltan las ganas de rebajarlos a 12. Pero no. La responsabilidad era máxima.

Por eso el camino fue un viaje calmado, para tomar el pulso a un coche así, qué diantres, no hay más coches así que él. Para tomar el pulso a un Porsche 911 4S.

Llegados al primer punto, los términos discreción, Porsche y rojo son incompatibles y más llegando al centro donde te conocen y te ven llegar. Entonces, con cierta modestia niegas lo orgulloso que te sientes de poder disfrutar y conducir un 911.

De nuevo, tras cumplir con las exigencias del guion, el camino a casa aumenta la delicia de su significado porque, no solo vuelves al hogar, vuelves junto a los tuyos sino que lo haces montado en un Porsche, el Porsche de todos los Porsches, en un mito e icono de la automoción.

Y llega el momento de lo bueno: echar horas extras haciendo lo que más te gusta de lo tuyo que no es otro que conducir.

Como dije, este texto no va de cómo es el 911 en carretera, sino de lo que yo sentí en un 911. Y es un batiburrillo emocional solo comparable a las mariposillas en el estómago que uno siente ante una situación que le produce tanta felicidad como entusiasmo.

No esconderé que el hecho fue tan memorable que no solo compartí la cabina con amigos que querían subirse en un 911 sino que le pedí a mi hija, entonces de 4 añitos, que me acompañara de paseo. Y así que hicimos. Era un hecho para recordar junto con ella, por eso, y por el hecho un tanto surrealista de montar la silla de en los ¿asientos? traseros de un coche así también tenía su aquel.

Tener un Porsche 911 en tu plaza de garaje

Al margen de hacerlo solo o disfrutar de ese coche en compañía, otro de los momentos más especiales para mí fue el de aparcar el Porsche donde normalmente aparco mi coche. La verdad que cambiar mi Saxo VTS por un 911 es increíble, incluso supongo que para los vecinos más avezados que se percibieran del cambio (difícil no hacerlo porque el color de este coche, incluso en la penumbra, impide pasar desapercibido).

La noche que durmió confortablemente un 911 en mi plaza de garaje yo no lo hice igual de bien. Pensando en su valor, no pocos agobios pasaron por mi cabeza, como si fuera mío. No, pero sí, en parte, mi responsabilidad.

A la mañana siguiente, recuerdo ese frescor primaveral de junio que tanto me gusta. Esa temperatura ideal matutina de unos 15-16 grados, ideales para ir en manga corta pero demasiado gélidos como para ir en manga corta (y no, no me he equivocado).

Salir de casa con la llave de un Porsche en la mano es toda una experiencia pero saber que, para ir a trabajar, vas a conducir un 911, más.

De hecho, aquella mañana bajé un rato antes al garaje e hice varios vídeos aprovechando el poco movimiento de coches de la hora. El juego de luces LED y dinámicas fue como la que deben sentir quienes han sentido un encuentro en la segunda fase.

La emoción de saber que pulsando un botón se abre el tarro de las esencias pero también el de los truenos es maravilloso porque, de nuevo ya, totalmente adaptado al habitáculo del 911, arranqué el motor y dejé calentar unos instantes el coche.

Circular por un garaje donde la acústica magnifica incluso el rodar de una bicicleta hace que conducir un 911 por él se convirtiera en una amenaza para los vecinos, incluso sin hacer alarde del tipo de vehículo que conducía.

De nuevo, la flamante mañana de primavera se mezclaba con la emoción del hecho. Ese odioso atasco diario mañanero me iba a servir para tomar unas cuantas notas mentales que, a la postre, dieron lugar a escribir la prueba del Porsche 911 4S que publiqué.

Pero fueron esos momentos en mitad de la circundante M50, detenido, mirándome desde dentro de la cabina y sintiéndome y viéndome observado desde fuera, contemplando las reacciones de quienes pasaban junto al coche, entiendo que, pensando que era mío, me hacían gracia y me daban ganas de sacar un folio donde pusiera «No es mío, es prestao» (pero incluso sin -d).

También me di cuenta que la comunidad es curiosa, desde los que miran con respeto y aprobación a los que miran con ojos envenenados y mirada de envidiosa desaprobación.

El peor momento al conducir un 911

Sea como fuere, esos últimos 20 minutos de mi experiencia los guardo, literalmente, como las últimas gotas que se conservan de un perfume que está próximo a acabarse y del que quieres retener, aunque sea, en ínfima presencia, dejando unos pocos mililitros como recuerdo para cuando eche la vista atrás al pensar que, un día, conduje un Porsche 911 4S.

De esa forma afronté los últimos kilómetros y minutos a bordo del 992 4S, sabiendo que, en el momento que apagara el motor, el sueño acabaría. Al menos, el de la primera vez que conduje 911.

Tras disfrutar de un nueve once durante un día, el sueño se cumplió: ya puedo decir que yo tuve la suerte, el placer y el privilegio de conducir un Porsche 911. Pero ocurrió algo peor: la intención ahora era una necesidad y la de ser dueño de uno ahora era una prioridad.

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